La chica de la guitarra rosa
Por Sarahi Fuster
Cuando entró, su altura me impresionó, no en muchos lados se ven mujeres tan altas. Se sentó al lado de mí con su guitarra resguardada por un estuche color morado. Al verla al rostro, enseguida podías notar su corta edad, pues tenía 17 años. Mi profesor de guitarra le preguntó su nombre y ella respondió que se llamaba Victoria y que le decían “Vico”, pero que aún no se explicaba la razón por la cual no le decían Vicky como a las demás Victorias. Luego mi profesor le preguntó que porqué había decidido aprender guitarra y fue ahí cuando comenzó todo. Sacó su guitarra del estuche morado y empezó a contar que su tía le había regalado una guitarra rosa hace dos años, a lo que ella acentuó “la guitarra es muy rosa” y en efecto, la guitarra era de un rosa pastel que al mirarla te daban ganas de darle una mordida porque parecía más un merengue de pastel, lo único que resaltaba del rosa era una línea café en su derredor y el mástil que también era café.
En estos dos años que se la habían regalado, jamás la tocó en serio, salvo para hacer “playback” en una ocasión. Mi profesor le preguntó que si alguna vez había intentado tocar algo; ella sacó del forro unas hojas dobladas entre otros aditamentos de la guitarra y dijo: “pues mi tía también imprimió unas cosas de internet para que aprendiera, pero la verdad ni les entiendo…y luego estas cosas que me dio para la guitarra no sé para qué sirven”. Era irresistible soltar una carcajada ante tal situación, pero, a pesar de todo, ella inspiraba mucha confianza y un sentimiento de “por favor, necesito ayuda con mi guitarra rosa”. Cuando mi profesor tomó la guitarra rosa para probarla, resulta que la pobre guitarra no podía emitir sonidos bonitos, cada nota sonaba como un arañazo en un espejo, así que le recomendó que la llevara a arreglar. Después la hizo practicar unos ejercicios básicos que al final la dejaron exhausta de los dedos como a todos nos pasa por primera vez.
En fin, jamás podré olvidar ese rato curioso, simpático y gracioso a la vez, ni tampoco podré olvidar el rato ameno que nos hizo pasar esa mañana la chica de la guitarra rosa.