El extraño papel arrugado
por Sarahi Fuster
Cierto día sucedió que Mauro encontró un papel pisado, arrugado y tiznado que, si bien estaba tirado en medio de la calle y sin otra cosa más que lo acompañara, no sé porqué razón, si por curiosidad u ociosidad, lo levantó. A nadie parecía importarle que Mauro lo levantara, ni siquiera él sabía con certitud lo que lo había llevado a hacerlo. Tras haber recogido el papel corrió hacia la otra calle donde había una parada de autobuses. Tomó el primero que pasó y se sentó en la fila del fondo del autobús. La mujer que iba sentada a su lado cabeceaba recargada en la ventana bajo un sueño profundo y perdido. Mauro recordó el papel que había recogido, lo sacó de su bolsa del pantalón, sacudió todo el polvo que tenía encima y mientras lo despojaba del polvo se vislumbraba una figura. La mujer que iba dormida no soportó el polvo que Mauro iba levantando y estornudó de tal forma que se despertó, molesta por el acontecimiento, miró a Mauro y a su papel empolvado, se movió empujándolo -para demostrar su enfado- y se echó a dormir otra vez. Él era un hombre paciente a pesar de lo grande que fuera su curiosidad, y muy difícilmente le molestaban las cosas, así que al ver a la mujer enfadada decidió esperar a bajar del autobús para limpiar aquel papel. Durante el trayecto veía desde la ventana a la gente que caminaba, sus movimientos, sus gestos, sus vestimentas. Se preguntaba si toda esa gente alguna vez se había encontrado un objeto, que aunque banal, fuera de su curiosidad. El autobús hizo parada en un semáforo y justo en ese momento, como si por divina luz, vio a un niño que caminaba en la acera y que se quedó atónito mirando un papel en la calle. El semáforo rojo dio tiempo para que Mauro visualizará tal imagen, el niño también había recogido un papel sucio que a nadie más le había llamado la atención. Mauro, asombrado, se acercó más hacia la ventana mientras el autobús ya avanzaba en el siga. La mujer que iba dormida, de nuevo se despertó e hizo a Mauro hacia un lado con su hombro, esta vez lo miró durante un periodo más largo, como si esa mirada fuera a hacer que Mauro se estuviera quieto. Él se recogió hacia su lugar con un suspiro y se quedó sin mover, pensando en el papel que el niño también había recogido. Al fin había llegado el momento de bajar, -¡Bajan! -gritó Mauro brincando hacia el tubo de la puerta del autobús-, por mala suerte, al dar el brinco, la punta de su saco golpeó el rostro de la señora dormida, la cual se volvió una vez más a despertar y con toda la rabia y el odio que había guardado hacia él, le gritó desde sus entrañas ¡idiota! Él bajó pronto del autobús y justo cuando estaba abajo volteó para susurrar un perdón a la señora.
Sin moverse del sitio donde el autobús lo había dejado, Mauro sacó de nuevo el papel y con un soplo le quitó de una vez todo el polvo restante en él. Una flecha estaba allí, la flecha más simple que pudiera existir hecha a mano. Mauro volteó hacia la dirección que indicaba la fecha, allí estaba el niño que había recogido el otro papel, pero él miraba hacia otra dirección, hacia una dirección a la cual no tenía sentido ir. El niño yacía volteado de espaldas hacia una pared. Apabullado por aquel escenario, Mauro corrió hacia el niño, lo jaló del hombro para ver lo que miraba, pero Mauro, al igual que el niño se quedó hipnotizado ante el muro. En aquella pared había un orificio por el cual se podía ver otro mundo. Nadie sabe hasta la fecha lo que fue de Mauro y el niño. El único testigo de lo sucedido fue la mujer que iba dormida en el autobús, pues después de gritarle "idiota" a Mauro ella misma también volteó a la dirección de la flecha y de lejos pudo ver el hoyo misterioso de la pared. Lo que ella cuenta es que corrió hacia el chofer del autobús para que la bajara en ese instante, sin embargo el chofer, molesto, le dijo que sólo la podía bajar en la siguiente esquina. Al llegar al otro semáforo, el cual estaba ya un poco lejos de donde estaban Mauro y el niño, corrió desconcertada como si algo le dijera que debía salvarlos. Lo difícil era volver a ubicar esa pared, pues todo se veía diferente. Comenzó a dudar de sí misma y de si lo que había visto había sido un simple sueño de esos que un segundo parecen una eternidad. Lo extraño es que aún podía recordar cada rasgo de la cara de Mauro tan vívidamente que esa imagen la hacía no detenerse en buscar. Jamás los encontró, jamás supo si había sido realidad aquella visión. Lo único que quedó de la escena fue el papel con la flecha que ella aún guarda por si algún día ella tenía la oportunidad de conocer el mundo detrás del muro.