El escalódromo

11.07.2011 15:19

 Por Sarahi Fuster

Hace poco que hablé con mi hermano, le platicaba que me sentía un poco estresada por cambios que estaban sucediendo en mi vida, que necesitaba distraer un poco mi mente de la situación, entonces, me recomendó que fuera a escalar. Mi hermano es alpinista ya desde hace un tiempo, a veces se va a escalar a diferentes lugares para distraerse y pasar un rato muy agradable con sus amigos, además de que le gustan mucho los deportes extremos. El caso es que me dijo que buscara un lugar donde pudiera escalar, pero se me venían a la mente lugares fuera del Distrito Federal como Veracruz y la verdad es que no me sentía con la condición, ni mucho menos con la experiencia para hacerlo, así que al inicio no le tomé mucha importancia.

A la semana de hablar con él, se me ocurrió buscar en internet un lugar en el Distrito Federal en donde hubiera muros artificiales para practicar y fue entonces que encontré el escalódromo Carlos Carsolio. Al inicio le empecé a dar vueltas a la idea, por el precio, el equipo, los horarios, etc., etc. Y resultó que, cuando hablé, me dijeron que el costo no era muy elevado, el material me lo prestaban y hasta instructor te daban. Ya estaba convencida de ir; sin embargo, no me gustaba la idea de ir sola, así que de nuevo, lo dejé de lado. Luego, Dios empezó a acomodar un poco más las cosas que estaban sucediendo en mi vida y me llevó a reencontrarme, de una manera muy peculiar, con mi amigo Jonathan que hacía años que no nos veíamos. Al final decidí pedirle a mi amigo que fuéramos al escalódromo y me animé a hacerlo. Cuando llegamos, teníamos cara de “what?”, no sabíamos ni por dónde empezar, hasta nos quedamos impresionados de ver como un niñito de cuatro años escalaba un muro altísimo. El instructor nos empezó a explicar unas cosas básicas y nos puso a escalar un muro pequeño, pero que nos costó mucho trabajo pasar, pues teníamos que fijarnos en las piedras que nos daban soporte y en cómo mover la cadera y las piernas, además de que los dedos nos dolían horrible. Luego el instructor nos dijo que pasaríamos a escalar un muro alto. Tengo que confesar que cuando vi el muro enorme, me dio pánico, pero a la vez sentí que debía hacerlo, era como un reto padrísimo que quería lograr y me animé más con lo bien que me la estaba pasando con mi amigo y sus ánimos jamás faltaron.

Primero se subió él y vi que lo había hecho con mucha facilidad y se veía muy divertido, así que agarré más valor y me subí. A la mitad sentía que todo se me entumía y que si miraba hacia abajo me detendría, pero mi amigo me gritaba “¡tú puedes Sara, casi llegas!”, voltee hacia arriba y agarré más fuerza para seguir hasta que llegué. Voy a hacer un paréntesis de todo lo que pasó en mi mente cuando estaba escalando. Durante el trayecto a la cima, recordaba los momentos difíciles por los que atravesé en estas semanas, los días tristes, los días de angustia y cada piedra que escalaba me hacía olvidar cada uno de ellos, hasta que mi corazón quedó lleno cuando escuché la voz de Jonathan gritando “¡tú puedes Sara, casi llegas!”. Cuando bajé, Jona y yo nos miramos riendo entre espantados y divertidos, pero en ese momento supe que Dios había movido el mundo entero para que ocurriera así, creo que Jona y yo jamás lo podremos olvidar.

Así que si tienen pensado salir a algún lado estas vacaciones, les recomiendo ir a escalar, pero sobretodo, hacerlo en compañía de personas a las que quieran mucho, se van a pasar un rato muy agradable.

*Quiero agradecer muy especialmente a mi amigo Jona, por compartir su vida conmigo este sábado y agradecer a Dios por habernos puesto en el camino.