Ensayo sobre el sismo y el joven de las mil preguntas

28.09.2017 12:38

por Sarahi Fuster

En un centro comercial, de esos grandes consorcios donde la ropa, los accesorios, los cafés, la comida, el lujo, los créditos y la pretensión resultan en un goce a los humanos y en un momento de olvido y esparcimiento de la vida laboral, la mujer miraba con deseo la pequeña cajita con flores desde afuera de la vitrina. Aquella bisutería iba a la perfección con el juego de cofrecitos que tenía en su mueble. El hombre que la acompañaba, al mismo tiempo miraba hacia las crepas que estaban haciendo en el restaurante de al lado. La cajita era única, jamás la encontraría en ningún otro lugar.

“Vamos gordo!, con la quincena de este mes me alcanza para comprarla”, insistía la mujer con ojos llenos de admiración. El hombre que la acompañaba, aceptó con resignación, pues sus crepas debían esperar, mientras su estómago rugía de capricho.

En una tienda de mochilas, una niña se medía una bolsa rosa con manchitas y el estampado de su personaje favorito. Se miraba una y otra vez en el espejo, imaginando entrar al salón de clases y siendo la envidia de sus compañeras, quienes no tendrían la exclusiva. La mujer que la observaba con cariño, pensaba a sí misma “si esa mochila la hace feliz y le servirá para cargar sus útiles, sin duda se la compro”.

En las afueras del centro comercial un joven caminaba sin rumbo, volteando hacia todos lados y hacia todas las personas. Hizo el intento por entrar al edificio; se detuvo ante la puerta. Regresó a la calle junto con los transeúntes.

“¿Cuándo llegué aquí?  ̶ pensaba en voz alta el joven ̶ . No recuerdo absolutamente nada.”

Las personas lo miraban como si fuera un loco, bueno, en realidad podía serlo. Él ni siquiera estaba consciente de lo que locura significaba. Sentía una energía y felicidad interna como jamás en su vida, quería correr, reír, oler las flores, platicar, bailar, pero nadie en ese momento parecía sentir lo mismo. Todo lo que él podía hallar a su alrededor era un centro comercial, al señor de los elotes, el ruido de los claxon y a un montón de gente entrando el gran consorcio.

La niña de la mochila, para finalmente convencerse, dio una vuelta súbita ante el espejo, tal como las princesas de Disney lo hacían. Cayó al piso creyendo que era producto de su alegría. En un segundo la gente había empezado a caer.

La mujer de la cajita de flores sostuvo con fuerza su producto, mientras el hombre que la acompañaba yacía en el suelo intentando sacar su celular.

Se oían gritos por todos lados y las luces se volvieron oscuridad. El joven que rondaba el centro comercial vio a todos asustados. Él no conocía el miedo, no entendía la angustia, ni siquiera sabía qué era el dolor. Cuando vio a todos en el suelo, se acercó a un pequeño que preguntaba a su madre qué sucedía. Sin obtener respuesta de su mamá, el joven se acercó a agarrar su mano para decirle que si se enteraba de la respuesta se la dijera…él quería saber.

El centro comercial sucumbió y muchas personas quedaron atrapadas en él. El joven extraño, el niño y la madre sobrevivieron. Sin poder explicarse nada aquel muchacho , con la gran energía que sentía adentro, logró entrar al edificio casi colapsado. Las personas aún corrían despavoridas intentando salir. Vio a una mujer sosteniendo entre sus manos la cajita de las flores y al hombre intentando sacarla y ayudar a otros en el interior.

“Esa caja debe tener algún poder mágico para que ella no la soltara”, se decía el joven. Entre sus tantas cuestiones fue ayudando a salir a varias personas atrapadas. Hasta que llegó a la niña de la mochila rosa. Su madre y ella estaban vivas, abrazadas pero paralizadas. Las logró hacer reaccionar y la niña de inmediato soltó la mochila para abrazarse a su madre.

Al salir de aquel centro comercial con varias personas rescatadas, el joven miró al cielo. Había un sol intenso, las plantas reflejaban su color verde y las personas ahora sí parecían tener un motivo para estar allí. Todos comenzaron a ayudar para salvar vidas sin ningún interés. Los objetos comenzaron a ser utilizados para hallar vida. Ahora las personas veían también los árboles y sentían el calor del sol. Ahora todos miraban los rostros de los otros.

El joven, después de su larga jornada sin saber el motivo de su existencia, él, que con tanto afán buscaba la felicidad de la nada, aún seguía feliz, pero ahora se sentía parte de todos. Todos ya habían despertado.